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Mostrando entradas de marzo, 2018

Terrores nocturnos

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La noche no era para Valentina el deseado momento de descanso que suele ser para todos, sino una difícil prueba a superar. Sus miedos infantiles eran tantos y estaban tan bien alimentados por su florida imaginación, que más bien era un suplicio tener que irse a la cama cada noche a las nueve y media en punto. Ella había tratado de negociar con su madre para poder quedarse sobre el sofá del salón mientras “los adultos” estuviesen allí viendo la tele. Prometió que apretaría muy bien los ojos para que no le molestase la luz y que no prestaría atención al sonido de los programas. No funcionó. Tampoco que tratara de convencer a su hermana mayor, Lucía, para que la dejara mudarse a su dormitorio y volver a compartirlo, como cuando vivían en “la casa chica” y paredes forradas de dibujos animados y hadas rosas las acogían a ambas . Por supuesto su hermana no quiso ni oír hablar del tema. Ella tenía ahora diez años, era “mayor” y no quería renunciar a su recién conquistada independencia. Lo

Un juego peligroso

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El frasco reposaba sobre la encimera gris antracita del baño. Eso solo podía significar que ella había pasado otra mala noche y que había recurrido de nuevo a sus pastillas para el insomnio. Odiaba pensar que se estuviera convirtiendo en una adicta ─ no sabía ni cuántos envases había consumido ya ─ pero no tenía derecho a sentirse decepcionado. ¿Qué otra solución podía ofrecerle él? Lo habían probado todo y el problema persistía. Estaba claro que desde que le conoció, Morfeo y ella andaban a la gresca.  Fue a la cocina y preparó café para los dos, aunque sabía de sobra que Laura no le acompañaría. Seguramente no dejaría la cama hasta bien entrada la mañana, como siempre que se medicaba. “Medicarse” era un bonito eufemismo que habían acordado usar para soslayar en lo posible lo inconveniente de la realidad. Así todo era más normal; así ellos parecían más normales aunque no lo fueran en absoluto. Sonó el teléfono y giró la cabeza a medias para mirar por encima de su hombro e

Con sabor a traición

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Solo le quedaba un cigarrillo y decidió guardarlo para después, por si acaso había un después. “Los que viven deprisa como nosotros mueren pronto”, le había dicho siempre su mentor, Farrel el Negro. Nunca llegó a igualarle en rapidez con el arma a pesar de la diferencia de edad, pero sí en astucia. O eso pretendió.  Ahora iba a morir ahorcado por sus propios compañeros, una gran ironía considerando que llevaba media vida huyendo con éxito de la soga con la que el sheriff pretendía adornar su cuello.  Qué le vamos a hacer, se dijo, de momento parece que no seré el nuevo jefe. Julia C. Cambil