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Mostrando entradas de mayo, 2018

Pesadillas de altura

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Debo confesar que al principio me irrité bastante y que incluso estuve un poco grosera: algunas palabras malsonantes acudieron a mi boca, en contra de mi costumbre, y hasta un gesto muy desafortunado con el dedo corazón de mi mano derecha salió a relucir. Hay que ver lo fácil que es que algunas contrariedades nos hagan perder los nervios. Estoy muy arrepentida, la verdad, y lamento mucho haberme puesto así.  Al principio pensé que me había equivocado de planta. No sería tan raro después del cansancio de un viaje largo, de cargar con los mil bártulos de las vacaciones de un lado a otro y del sueño atrasado. Fue cuando comprobé sin lugar a dudas que estaba ante mi puerta cuando tuvo lugar la pequeña crisis que os he mencionado.  Ya lo creo que era mi puerta, y mi casa, solo que alguien había cambiado la cerradura y la llave que yo me empeñaba en meter no encajaba. ¿Qué haría ahora? Pues lo habitual, supongo: llamar al timbre (sin éxito), llamar a la policía (con menos éxit

El destino viene a cenar

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No era amiga de gestos exagerados ni aspavientos, pero el fuerte pinchazo en el pulpejo del dedo la pilló tan de improviso que no pudo evitar soltar un sonoro exabrupto al tiempo que retiraba la mano como si quemara. La sangre de la cocinera comenzó a brotar al instante, roja y descarada, por el punto exacto en que la espina se había enterrado en su carne. A ella le preocupaba su dedo, por supuesto, pero más aún haber arruinado con el líquido caliente y viscoso el lustroso ejemplar de salmón que debía ser la cena de sus señores. Concienzuda como era en el cumplimiento de sus tareas, decidió que no bastaba con lavar la mancha bajo el grifo, sino que optó por desechar el pescado entero arrojándolo a la basura. Nadie llegaría a saber nunca que ese gesto salvó la vida de uno de los comensales, destinado a atragantarse irremediablemente con la espina.  Laurencia adoraba el salmón al horno, a poder ser acompañado de patatas con mantequilla, cebollitas confitadas y una copa de buen

Un sueño a medida

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“ Deberías ver las rozaduras de mis talones ; bueno, y lo demás, ¡tengo los pies destrozados! Entiéndeme, no es que sea una desagradecida, pero digo yo que si se tiene varita mágica y una se pone a conceder deseos, hay que hacerlo bien, ¿o no?” Esther habla en sueños y se ha despertado con el sonido de su propia voz a pesar de la sordera. Sonríe. Le contaba al gato de Cheshire que hubiera preferido unos buenos zapatos de ortopedia a unos de cristal. A su edad no es que falten ilusiones o ganas de bailar, es que sobran dolores y achaques. Julia C. Cambil